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Viernes 16 de septiembre de 2022

A 46 años de La Noche de los Lápices

Pablo Díaz y Emilce Moler fueron dos de los diez estudiantes secundarios de la ciudad de La Plata secuestrados por los grupos de tareas del Circuito Camps entre el 9 y el 21 de septiembre de 1976. Cada 16 de septiembre, se conmemora el Día Nacional de la Juventud.

Sobre La Noche de los Lápices

Estudiantes del Colegio Normal 3 de La Plata eran secuestrados hace 46 años -un 16 de septiembre de 1976- por efectivos de la Policía bonaerense, comandada por el entonces coronel Ramón Camps, en un hecho denominado como "La Noche de los Lápices".


Las víctimas eran militantes que habían participado en la movilización que un año antes consiguió la implementación del Boleto Estudiantil Secundario (BES) en la capital de la provincia de Buenos Aires.


En agosto de 1976, la dictadura decidió suspender este beneficio con el propósito de identificar a los referentes del movimiento estudiantil que lideró este reclamo.


Así consta en un documento de inteligencia titulado "La Noche de los Lápices", que años más tarde fue hallado en dependencias de la la Policía bonaerense, y en el cual el comisario mayor Alfredo Fernández describe las acciones que se debían emprender contra estos jóvenes, "integrantes de un potencial semillero subversivo".


La noche del 16 de septiembre se inició un operativo conjunto de efectivos policiales y del Batallón 601 de Ejército para capturar a nueve jóvenes que tenían entre 16 y 18 años.


La mayoría de ellos integraba la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), una agrupación de superficie que estaba ligada a la Juventud Peronista.


Claudio De Acha; María Clara Ciocchini; María Claudia Falcone; Francisco López Muntaner; Daniel Racero y Horacio Ungaro eran arrancados de sus domicilios en la primera jornada de esa acción criminal.


En tanto que el 17, los represores apresaban a Emilce Moler y Patricia Miranda, que estudiaba en el Colegio de Bellas Artes de La Plata.


Cuatro días después caía Pablo Díaz, quien formaba parte de la Juventud Guevarista, un grupo vinculado al Partido Revolucionario de los Trabajadores.


Todos fueron conducidos al centro clandestino de detención conocido como Arana, donde se los torturó durante semanas, y luego se los trasladó al Pozo de Banfield.


Moler y Díaz recuperaron la libertad tras permanecer varias semanas cautivos en ese centro de detención ubicado en el partido de Lomas de Zamora. Miranda también salió con vida de Arana, la trasladaron al Pozo de Quilmes y quedó alojada en la cárcel de Villa Devoto, a disposición del Poder Ejecutivo hasta marzo de 1978.


Gustavo Calotti, que había terminado el secundario un año antes, cayó en cautiverio el 8 de septiembre, y se lo considera un sobreviviente de estos hechos, ya que padeció la tortura junto a estos jóvenes.


Once años después de los hechos, Díaz testimonió en el Juicio a la Juntas, y dio cuenta de los padecimientos que sufrió en el pozo de Banfield junto a sus compañeros.


Sus vivencias quedaron reflejadas en el libro "La Noche de los Lápices", publicado en 1985 y que dio origen a una película, que se estrenó en 1987 y se convirtió en un éxito de taquilla.


La sanción de la Ley de Obediencia Debida impidió en los años '80 que el comisario Miguel Etchecolatz, autor material de estos secuestros y desapariciones, enfrentara la acción de la Justicia.


Tras derogarse en 2003 la leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos dictados por el ex presidente Carlos Saúl Menem, se iniciaron los juicios de lesa humanidad y Etchecolatz recibió sentencias por varios crímenes.


En ese proceso se procesó el caso de la Noche de los Lápices, además de otros crímenes perpetrados en los centros clandestinos de detención de La Plata y zonas cercanas.

Pese al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), los cuerpos de las víctimas aún no pudieron ser identificados.


El ex cabo de la policía Roberto Grillo, que participó en el secuestro de los estudiantes le confió hace años a la familia Ungaro que debió "quemar los cuerpos de los chicos", pero que él no los mató.


En reconocimiento a la lucha de este grupo de jóvenes militantes desparecidos se conmemora cada 16 de septiembre el día de la Reafirmación de los Derechos de los Estudiantes Secundarios.


En conmemoración a ese día, a partir del 2014 mediante la Ley 27.002, cada 16 de septiembre se celebra el Día Nacional de la Juventud.



La memoria de Pablo

Los ocurrido después de los secuestros pudo ser reconstruido fundamentalmente por los testimonios de dos de los sobrevivientes, Pablo Díaz y Emilce Moler.


Díaz fue uno de los últimos en ser secuestrado, la noche del 21 de septiembre. En su declaración durante el Juicio a las Juntas, recordó: “El 21 de septiembre a las cuatro de la mañana se detienen cuatro vehículos frente a mi casa. Yo estaba durmiendo, siento ruido, golpean la puerta, culatazos, pero no podían derribarla. Tocan timbre, mi hermano se asoma por la ventana de arriba, le apuntan, le dicen que abra. Le preguntan por Pablo Alejandro Díaz… Yo bajaba escalera en ese momento, me agarran a mí, me tiran contra el piso boca abajo, me atan atrás con una venda, me ponen los zapatos de mi padre, se llevan el bolso de mi hermana, una cámara fotográfica, joyas de mi madre. Entró uno a cara descubierta, de cuarenta a cuarenta y cinco años, canoso, a quien posteriormente, por fotos, lo puedo reconocer: el comisario Vides”.


Frente a los jueces y en una sala sumida en el silencio, Pablo Díaz relató cómo lo llevaron primero al centro clandestino de detención conocido como “Arana”, donde lo sometieron a torturas. Escuchó que lo iban a “pasar por la máquina” y creyó que se trataba de otra cosa.


“Yo creía que era la máquina que veíamos en las películas, esas que se movían cuando uno decía una mentira”, explicó. Pero no, lo que le pasaron por todo el cuerpo fue la picana. “Me decían que abriera la mano cuando tuviese un nombre, pero el dolor era insoportable, abría la mano a cada instante, pedí que me mataran”, relató.


También recordó el papel jugado por el capellán de la Bonaerense, el cura Christian Von Wernich, en los interrogatorios. “Una noche nos juntaron a algunos chicos. Vino un hombre y me dijo: ‘Mirá, yo soy el sacerdote de acá, va a haber fusilamientos, ¿querés confesarte?, ¿querés decirme algo?’. Yo le decía: ‘¿dónde estoy?, por favor, no me maten’. Le pedía que avisara a casa, el me decía: ‘¿en qué andabas?’”.


También testificó que lo sometieron, junto a otros de los chicos, a un simulacro de fusilamiento: “Me sacaron, me pusieron junto a un muro, me dijeron que había otras personas, otras chicas, me dijeron: ‘los vamos a fusilar, a donde van a ir van a estar mejor’. Las chicas lloraban, había desmayos. Yo no sé por qué reaccioné así, pero me quedé mudo, llorando. Tiraron, se escucharon descargas. Yo creí… estaba esperando que me saliera por algún lado sangre, estoy muerto, no estoy muerto… es un segundo, pero es eterno ese segundo”, contó ante una sala horrorizada.


Los recuerdos de Emilce

Emilce Moler supo que habían secuestrado a sus compañeras Claudia Falcone y María Clara Ciochini la tarde del 16 de septiembre, cuando estaba en la Escuela de Bellas Artes dependiente de la Universidad Nacional de La Plata discutiendo con otros compañeros qué actividades harían durante la semana de la primavera porque la represión arreciaba y no había mucho margen para reuniones y festejos.


“Vino alguien a avisarme que las habían secuestrado y entré en pánico. Había estado con Claudia y María Clara los días anteriores y sabía que estaban viviendo en la casa de la tía de una de ellas, la tía Rosita, porque ya no podían quedarse en sus casas, no era seguro”, le contó al autor de esta nota en una charla mantenida hace dos años.


Emilce tampoco estaba viviendo en su casa, pero había decidido que esa noche volvería porque habían empezado a cerrársele las puertas solidarias. Por miedo y ya no tenía donde esconderse.


“Había agotado todas las puertas que se podían abrir y no había más lugares. Mis padres ya sabían que militaba, yo se los había ‘blanqueado’, y mi papá, con ese sentido común de aquellos tiempos, me decía que era mejor que me quedara en casa. ‘Si te quedás en casa demostrás que no sos sospechosa, pero si te vas a otro lado te estás mostrando como culpable’, me decía con la simpleza que la gente común analizaba las cosas en esa época”, recordó.


Al saber del secuestro de sus compañeras, Emilce corrió al teléfono público más cercano y llamó a su padre. Le pidió que la fuera a buscar a la Escuela, rápido. Ni se le ocurrió irse sola hasta su casa. “Cuando supo lo que había pasado, mi viejo dijo que nos fuéramos a Mar del Plata, donde teníamos un departamento, pero yo le dije que no, que no podía dejar a mis compañeros, que no podía dejar la militancia”, relató, asegurando que no había ningún heroísmo en esa decisión, sino que era lo que sentía que tenía que hacer, que un militante no abandona a sus compañeros ni su lucha. Esa noche cenó en su casa con sus padres y su hermana y se fue a dormir intranquila, sabiendo que estaba en peligro. La despertaron los golpes brutales en la puerta y una voz desconocida que gritaba: “Ejército Argentino”.


Cuando la vieron, los secuestradores se desconcertaron un momento, no podían creer que era ella a quién habían ido a buscar. Emilce les pareció una nena.


“Hubo toda una situación, porque me vieron a mí tan chiquita, en piyama, tan pequeñita que era, uno de ellos dijo: ‘Esta es muy chiquita’ y casi se llevan a mi hermana. Pero no, la de Bellas Artes era yo. Yo seguía en piyama y mi mamá les pidió que me dejaran cambiar. Me puse un gamulán, que siempre lo adoré porque lo pude tener un tiempo y me permitió cobijarme de tanto frío. Apenas me vestí, me vendaron y me subieron a un auto. Después supe, porque me contaron mis padres, que había sido un operativo muy grande, que había muchos autos. Ahí comenzó el terrible periplo de mi desaparición, que duró varios meses”, reconstruyó.


La llevaron al Centro Clandestino de Detención conocido como el “Pozo de Arana”, donde se encontró con los otros estudiantes secuestrados.


“Cuando llegamos al lugar, nos desnudaron y nos empezaron a hacer preguntas. El que me interrogaba era una persona grandota, no le respondí lo que me preguntó y me pegó mucho. Esto demuestra lo que representábamos más allá de las edades, de los cuerpos: éramos el enemigo. Las cosas empeoraron cuando se enteraron de que era hija de un policía, porque mi papá me estaba buscando. El 23 de septiembre nos sacaron a todos en un camión y empezaron a bajar a Claudia, a María Clara, a Horacio, que eran los chicos que yo reconocía. Ahí se bifurcó la historia; yo seguí con Patricia, Gustavo y otras personas más. Nos llevaron al ‘Pozo de Quilmes’ y después otro centro clandestino en Valentín Alsina. En diciembre nos comunicaron que estábamos a disposición del Poder Ejecutivo. Me llevaron a la cárcel de Devoto en enero de 1978″, relató en esa charla.


Los relatos de Pablo y Emilce permitieron reconstruir el horror sufrido por los estudiantes de la noche de los lápices a manos de los grupos de tareas de la dictadura. En aquel momento, Pablo tenía 18 años y Emilce 16. Vivieron para contarlo.